Tú formaste mis entrañas; tú me hiciste en el vientre de mi madre. Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras; estoy maravillado, y mi alma lo sabe muy bien.
Salmo 139:13-14
Nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida…
2 Timoteo 1:10
La vida es un misterio profundo y apasionante. Cada recién nacido tiene rasgos únicos y maravillosos. Increíbles cambios se producen entre la concepción y el nacimiento. El óvulo fecundado se divide para formar millares y millares de células. Mas el niño que nacerá no sólo estará constituido por millares de células, sino que será un ser viviente que posee la vida como un todo; será un ser único. Otras personas pueden llevar el mismo nombre, pero la vida del niño que nace es única.
No sólo es un ser viviente, sino una persona. El cuerpo de una persona tiene mucha importancia, pero lo que verdaderamente la caracteriza es su reflexión, su espíritu, su responsabilidad. Cada ser humano posee una mente y un alma; la parte inmaterial de nuestro ser que para cada uno tiene más valor que el mundo entero (Mateo 16:26). Jesús nos dice que podemos perder esa alma. Una vida que practica el mal es una vida perdida, en la tierra y por la eternidad ante Dios. Perdemos nuestra vida si rehusamos creer en Dios y escogemos vivir sin él. “Perder” su alma no quiere decir que sea destruida, sino que está perdida por toda la eternidad; es decir, alejada de Dios. Nuestra alma puede ser salva si aceptamos a Jesús, muerto por nuestras faltas y luego resucitado. Dios nos creó para conocerlo y vivir felices por la eternidad junto a él.
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sábado, 9 de agosto de 2008
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